El olvidado héroe australiano pionero del "Black Lives Matter"
Año 1968. Corren tiempos difíciles en el mundo. En medio de una constante escalada de tensión entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, con una guerra fría de fondo plagada de pruebas de bombas atómicas y en plena carrera espacial. Bobby Kennedy, hermano de John y presidenciable por el partido demócrata, es la figura del cambio en EEUU. Contrario a la Guerra de Vietnam, luchando por la paz social y llamando a la reconciliación entre razas. Pero apenas le da tiempo a dar su discurso como ganador de las primarias en California, cuando al terminar es asesinado en las cocinas del Hotel Ambassador de Los Ángeles, en uno de los episodios más oscuros y enigmáticos de la historia política del país. Aún con la voz de Martin Luther King resonando en la memoria, tras su asesinato en Memphis en el mes de abril. Sus eternas palabras en favor de los derechos civiles de la comunidad negra flotando en el aire: "I have a dream..."
Es octubre, y México acoge los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna. Día 16, por la mañana. Se celebra en el gran Estadio Universitario de la Ciudad de México la final de la prueba de los 200 metros lisos. Los afroamericanos dominan el atletismo, la velocidad y también ya la media distancia. En una electrizante carrera, el estadounidense Tommie Smith bate el récord del mundo con una marca de 19.83 segundos y gana la medalla de oro. Su compatriota, John Carlos, es superado en un apretadísimo final, apenas cuatro centésimas de diferencia, por Peter Norman, un pequeño corredor desconocido para casi todos. Calle 6. Australiano. Campeón de su país los últimos 4 años, había destacado bajando el récord olímpico en su serie clasificatoria. Se convierte en el hombre blanco más rápido del planeta. Ganan bronce y plata respectivamente.
Pero es después, en el podio, a la hora de recoger sus medallas, cuando entran en la leyenda. Los tres protagonizan una de las imágenes más poderosas en la historia del deporte. Los dos negros, descalzos, bajan la cabeza al sonar su himno de barras y estrellas, y puño en alto, enfundados en un guante cada uno, realizan el saludo del "Black Power" ante el mundo. Un símbolo inmortal de la lucha de la comunidad negra por sus derechos. Un gesto que, en realidad, se hace con un cómplice inesperado. Ese hombre anónimo, que parece un extra invitado, ajeno a todo. El tipo blanco australiano en el segundo escalón del cajón. Rival en el tartán y aliado contra el racismo. Es él el otro héroe y artífice de la foto. Una instantánea que les cambia la vida. A los tres. Pero el mundo les da la espalda. El público les abuchea. No está preparado para aceptar su gesto.
Peter Norman nació y creció en el suburbio de Coburg, a pocos kilómetros al norte del centro de Melbourne, en al año 1942, en el seno de una familia religiosa. Deportista apasionado, alternaba el atletismo con su deporte favorito, el fútbol australiano, y su equipo, el West Brunswick. Miembro del Salvation Army, Norman llevaba tiempo viendo cómo en su país se vivía un apartheid racial contra la población nativa aborigen, en un ambiente de xenofobia y supremacismo blanco. Con leyes inhumanas en el país que discriminaban y reducían a escoria a los indígenas, considerados menos que los "verdaderos" ciudadanos de Australia. Tal era así, que hasta veían cómo sus niños eran arrancados de su propio seno para ser adoptados por las élites blancas del país.
Tommie, John y Peter habían estado hablando en el Estadio en los prolegómenos de la entrega de medallas. Los dos afroamericanos tenían claro que querían hacer algo en el podio. Tener un detalle con la causa por los derechos de su comunidad, y rendir homenaje a los negros que luchaban por lograr la tan ansiada igualdad. Así, le preguntaron a su compañero blanco si creía en Dios, y si estaba en favor de los derechos humanos. Peter les respodió que sí, que creía fervientemente en Dios. Los americanos sabían que lo que iban a hacer iba a ser todavía más importante que su brillante carrera olímpica. Parecía que se lo advertían. Norman les respondió: "Yo os apoyo" "I'll stand with you".
Mucho se dice acerca de si fue él mismo o no quien prestó sus guantes a los dos campeones estadounidenses, con los que éstos aparecían en el podium. Lo que sí parece es que alguno de ellos los debió olvidar, y Peter les sugirió llevar uno cada uno. Smith y Carlos tomaron su consejo. Por eso cada uno de ellos alza un brazo distinto. Ambos se descalzarían, representando la pobreza de su gente, y saldrían con los guantes negros en honor al saludo de los "Black Panthers". Smith además se anudó un pañuelo negro al cuello, y Carlos se abrió el chándal para lucir un collar de abalorios, por los asesinados y represaliados en el pasado.
Pero Peter no quería ser un testigo mudo, y dio un paso más en su compromiso. Quiso formar parte de aquella acción para la historia. Norman vio que ambos llevaban en su pecho una insignia del Olympic Project for Human Rights, justo sobre la incripción del equipo USA. Y antes de entrar al Estadio, les preguntó, apuntando a sus chaquetas: "¿Tenéis una de esas para mí? Yo también creo en lo que vosotros creeis". Tommie Smith le miró y se quedó a cuadros, confuso. Ninguno tenía. Por suerte, un palista blanco del equipo de remo de Estados Unidos, Paul Hoffman, estaba por allí escuchando todo. Fue él quien cedió al australiano su propia insignia. Con orgullo.
Entonces todo comenzó. Salieron los tres a recoger sus medallas. Oro, plata y bronce. Y ahí quedaron las imágenes para la historia. El propio Norman reconoció que no pudo ver nada, ya que los americanos se encontraban a su espalda, pero supo que sus compañeros y anteriormente rivales habían cumplido con su plan. "Lo supe cuando una persona en el público que cantaba el himno estadounidense se fue quedando en silencio. Todo el Estadio enmudeció".
El acto de entrega de medallas y la afrenta al himno de los Estados Unidos tuvo consecuencias inmediatas. El jefe de la delegación americana rápidamente les puso en el punto de mira. Ambos pagarían el precio de ese gesto durante toda su vida, dijo. Habáin realizado un gesto considerado político y por tanto, no permitido. No como los saludos nazis de los Juegos del 36. Aquello era un saludo patrio, y como tal, sí era aceptado.
Tommie Smith y John Carlos fueron expulsados inmediatamente del equipo norteamericano y llamados a ser desalojados de la Villa Olímpica. No solo eso, Paul Hoffman, el hombre que había proporcionado su emblema al australiano Peter Norman, también fue acusado oficialmente de conspiración. Y a la vuelta a casa, a ambos atletas les esperaron amenazas de muerte, boicots, rechazo y amargura. La esposa de Carlos se suicidó, la de Smith se separó de él. Ninguno volvió a competir en su deporte. Ambos tuvieron que buscarse la vida fuera del atletismo, lavando coches o cargando bultos en el puerto. Por fortuna, los dos pudieron finalmente dar el salto a la NFL, la liga de fútbol americano, y continuar sus carrerasdeportivas.
La vida no fue mejor para Peter Norman en Australia. Cuatro años después, para los Juegos de Munich'72, Norman no fue seleccionado en el equipo nacional. A pesar de ser el vigente recordman de la prueba, y de haber calificado trece veces para los 200 metros y otras cinco en la de 100 metros. Esa decisión marcó el punto final de la carrera del atleta, que no pudo superar la decepción. Australia había dado la espalda a su héroe. El país, xenófobo y racista, puramente blanco, le consideraba un apestado, un renegado. Un enemigo. Y su familia también quedó señalada. Ni siquiera lo tuvo fácil para encontrar un trabajo, llegando a tener que dedicarse a ser carnicero.
Peter siguió jugando y entrenando varios años en su equipo de fútbol australiano, y corriendo de forma amateur. Finalmente, en 1985, se rompió el tendón de aquiles, una lesión que se complicó y que llegó a engangrenarse. Aquello le llevó casi a perder la pierna, aunque su doctor le decía que "no se le puede cortar la pierna a un medallista olímpico". Esa supuso su peor experiencia. La presea de plata que había logrado en México la llegó a usar en el hospital como tope para la puerta. Este episodio acabó por llevar al excorredor al alcoholismo y a una profunda depresión.
Lo cierto es que, tal fue el ostracismo al que su acto de valentía le llevó en su país, que en en el año 2000, cuando los Juegos Olímpicos se celebraron en Sydney, nadie le llamó ni le invitó a participar en nada. Más de 30 años después, con su marca todavía como referencia en el atletismo australiano, el hombre más rápido de la historia de Australia seguía siendo olvidado por sus compatriotas. Un paria. Todo por una insignia. Por ser blanco y alinearse del lado de sus rivales y amigos, negros. Un agravio tal que tuvo que ser el Comité Olímpico Americano el que le recordara y le brindara la oportunidad de participar en actos en los Juegos de su casa. Incluso fue invitado a la fiesta de cumpleaños del mítico atleta Michael Johnson, quien personalmente le tenía como un héroe. Estados Unidos recuperó su prestigio al tiempo que el de sus atletas defenestrados. Tarde, pero lo hizo.
Cuenta la rumorología que en Australia siempre se le guardó un lugar en la Federación, en el Comité Organizador, dentro del equipo técnico australiano... donde fuera. Tan pronto se retractara y condenara aquella acción mítica. Su acción de México 1968. Al momento recuperaría el lugar que le era suyo por derecho, el recuerdo de su figura y la fama que se le negó. Lo que le correspondía por méritos. Pero Norman nunca quiso pagar ese precio. El perdón de un país que le dio la espalda a costa de la lucha en la que él creía.
Cambiaron los tiempos por suerte, y Smith y Carlos tuvieron finalmente el reconocimiento que se merecían por parte de los suyos. Fueron al fin considerados campeones olímpicos y campeones sociales por su lucha en favor de los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos. Así lo acreditaba para la eternidad la estatua que se erigió en su honor en 2005, en la San Jose State University, que replica el momento inmortalizado en aquella foto. Un podio en el que Peter Norman no aparece. El atleta australiano fue contactado, pero sugirió dejar su escalón vacío para que cualquiera pudiera acompañar a Smith y a Carlos en la instalación, y participar en su lucha. Y así fue. Estados Unidos le escuchó, y le respetó.
Lamentablemente, Peter Norman murió sin verse honrado en vida como debiera. Tal vez gracias al reconocimiento que Estados Unidos sí le dio, recuperándolo del olvido, pudo al fin tener la oportunidad de que Australia se redimiera. En parte. En 1998 comenzó a trabajar en el departamento de Sport and Recreation en el Estado de Victoria, ocupando roles menores. Escalando después del último feo de su gente en Sydney 2000, colaborando en la organización de eventos como los Commonwealth Youth Games, los World Equestrian Games o los Commonwealth Games de Melbourne en 2006.
Fue precisamente en ese año, 2006 cuando, inesperadamente, un ataque al corazón se lo llevó. Tenía 64 años. Un 6 de de Octubre, apenas unos días antes del aniversario de su hito. Tuvieron que pasar aún largos años para que, en 2012, el Parlamento Australiano aprobara finalmente una moción de disculpa que corrigiese esa injusticia para con uno de sus atletas más icónicos. En 2010 se le incluyó por fin en el Athletics Australia Hall of Fame, y en 2018 se le concedió de manera póstuma la Órden de Mérito del Deporte por parte del Comité Olímpico Australiano.
Y ya el 9 de octubre de 2019 fue el día en el que se inauguró en Melbourne la imagen que quedaba pendiente, aquella que le debía la historia. La estatua de Norman. El mismo día en que se celebró su funeral trece años antes, y que la Federación Estadounidense de Atletismo proclamó como el Día de Peter Norman. Aquel atleta blanco del podium más famoso del deporte. El último que faltaba en quedar para la posteridad, inmortalizado en su merecido pedestal. Allí está, y estará por siempre, en el Albert Park, en los exteriores del Lakeside Stadium. Aunque él nunca lo pudo llegar a ver.
La vida de Tommie Smith, John Carlos y Peter Norman quedó ligada y unida por siempre después de aquella carrera, la mañana del 16 de octubre en el DF. Y así fue hasta el final. Rivales primero, y después amigos. Compañeros de lucha. Hermanos de piel, pese a su diferente color. Y si aquella imagen deportiva es poderosa, más aún lo es la que vino años después, en el funeral de aquel héroe australiano, activista y valiente. Su última carrera. De nuevo con sus colegas a su lado. Todos juntos. Tommie y John cargaron con el ataúd de Norman a sus hombros. Sonando la mítica melodía de Carros de Fuego de fondo. Tal vez devolviendo el gesto y el honor que les unió para toda la eternidad, como imagen de la igualdad, la solidaridad y el respeto. Acompañándole hasta el final. Mucho más allá de la línea de meta. Más allá de la vida.
John Carlos decía que “en aquellos momentos (antes de recoger la medalla) me esperaba ver miedo en los ojos de Norman, pero en su lugar vimos amor. Peter eligió conscientemente sacrificarse en nombre de los derechos humanos. No hay nadie más como él a quien Australia deba honrar, reconocer y querer más”.
Tommie, John y Peter habían estado hablando en el Estadio en los prolegómenos de la entrega de medallas. Los dos afroamericanos tenían claro que querían hacer algo en el podio. Tener un detalle con la causa por los derechos de su comunidad, y rendir homenaje a los negros que luchaban por lograr la tan ansiada igualdad. Así, le preguntaron a su compañero blanco si creía en Dios, y si estaba en favor de los derechos humanos. Peter les respodió que sí, que creía fervientemente en Dios. Los americanos sabían que lo que iban a hacer iba a ser todavía más importante que su brillante carrera olímpica. Parecía que se lo advertían. Norman les respondió: "Yo os apoyo" "I'll stand with you".
Mucho se dice acerca de si fue él mismo o no quien prestó sus guantes a los dos campeones estadounidenses, con los que éstos aparecían en el podium. Lo que sí parece es que alguno de ellos los debió olvidar, y Peter les sugirió llevar uno cada uno. Smith y Carlos tomaron su consejo. Por eso cada uno de ellos alza un brazo distinto. Ambos se descalzarían, representando la pobreza de su gente, y saldrían con los guantes negros en honor al saludo de los "Black Panthers". Smith además se anudó un pañuelo negro al cuello, y Carlos se abrió el chándal para lucir un collar de abalorios, por los asesinados y represaliados en el pasado.
Pero Peter no quería ser un testigo mudo, y dio un paso más en su compromiso. Quiso formar parte de aquella acción para la historia. Norman vio que ambos llevaban en su pecho una insignia del Olympic Project for Human Rights, justo sobre la incripción del equipo USA. Y antes de entrar al Estadio, les preguntó, apuntando a sus chaquetas: "¿Tenéis una de esas para mí? Yo también creo en lo que vosotros creeis". Tommie Smith le miró y se quedó a cuadros, confuso. Ninguno tenía. Por suerte, un palista blanco del equipo de remo de Estados Unidos, Paul Hoffman, estaba por allí escuchando todo. Fue él quien cedió al australiano su propia insignia. Con orgullo.
Entonces todo comenzó. Salieron los tres a recoger sus medallas. Oro, plata y bronce. Y ahí quedaron las imágenes para la historia. El propio Norman reconoció que no pudo ver nada, ya que los americanos se encontraban a su espalda, pero supo que sus compañeros y anteriormente rivales habían cumplido con su plan. "Lo supe cuando una persona en el público que cantaba el himno estadounidense se fue quedando en silencio. Todo el Estadio enmudeció".
El acto de entrega de medallas y la afrenta al himno de los Estados Unidos tuvo consecuencias inmediatas. El jefe de la delegación americana rápidamente les puso en el punto de mira. Ambos pagarían el precio de ese gesto durante toda su vida, dijo. Habáin realizado un gesto considerado político y por tanto, no permitido. No como los saludos nazis de los Juegos del 36. Aquello era un saludo patrio, y como tal, sí era aceptado.
Tommie Smith y John Carlos fueron expulsados inmediatamente del equipo norteamericano y llamados a ser desalojados de la Villa Olímpica. No solo eso, Paul Hoffman, el hombre que había proporcionado su emblema al australiano Peter Norman, también fue acusado oficialmente de conspiración. Y a la vuelta a casa, a ambos atletas les esperaron amenazas de muerte, boicots, rechazo y amargura. La esposa de Carlos se suicidó, la de Smith se separó de él. Ninguno volvió a competir en su deporte. Ambos tuvieron que buscarse la vida fuera del atletismo, lavando coches o cargando bultos en el puerto. Por fortuna, los dos pudieron finalmente dar el salto a la NFL, la liga de fútbol americano, y continuar sus carrerasdeportivas.
La vida no fue mejor para Peter Norman en Australia. Cuatro años después, para los Juegos de Munich'72, Norman no fue seleccionado en el equipo nacional. A pesar de ser el vigente recordman de la prueba, y de haber calificado trece veces para los 200 metros y otras cinco en la de 100 metros. Esa decisión marcó el punto final de la carrera del atleta, que no pudo superar la decepción. Australia había dado la espalda a su héroe. El país, xenófobo y racista, puramente blanco, le consideraba un apestado, un renegado. Un enemigo. Y su familia también quedó señalada. Ni siquiera lo tuvo fácil para encontrar un trabajo, llegando a tener que dedicarse a ser carnicero.
Lo cierto es que, tal fue el ostracismo al que su acto de valentía le llevó en su país, que en en el año 2000, cuando los Juegos Olímpicos se celebraron en Sydney, nadie le llamó ni le invitó a participar en nada. Más de 30 años después, con su marca todavía como referencia en el atletismo australiano, el hombre más rápido de la historia de Australia seguía siendo olvidado por sus compatriotas. Un paria. Todo por una insignia. Por ser blanco y alinearse del lado de sus rivales y amigos, negros. Un agravio tal que tuvo que ser el Comité Olímpico Americano el que le recordara y le brindara la oportunidad de participar en actos en los Juegos de su casa. Incluso fue invitado a la fiesta de cumpleaños del mítico atleta Michael Johnson, quien personalmente le tenía como un héroe. Estados Unidos recuperó su prestigio al tiempo que el de sus atletas defenestrados. Tarde, pero lo hizo.
Cuenta la rumorología que en Australia siempre se le guardó un lugar en la Federación, en el Comité Organizador, dentro del equipo técnico australiano... donde fuera. Tan pronto se retractara y condenara aquella acción mítica. Su acción de México 1968. Al momento recuperaría el lugar que le era suyo por derecho, el recuerdo de su figura y la fama que se le negó. Lo que le correspondía por méritos. Pero Norman nunca quiso pagar ese precio. El perdón de un país que le dio la espalda a costa de la lucha en la que él creía.
Cambiaron los tiempos por suerte, y Smith y Carlos tuvieron finalmente el reconocimiento que se merecían por parte de los suyos. Fueron al fin considerados campeones olímpicos y campeones sociales por su lucha en favor de los derechos de los afroamericanos en Estados Unidos. Así lo acreditaba para la eternidad la estatua que se erigió en su honor en 2005, en la San Jose State University, que replica el momento inmortalizado en aquella foto. Un podio en el que Peter Norman no aparece. El atleta australiano fue contactado, pero sugirió dejar su escalón vacío para que cualquiera pudiera acompañar a Smith y a Carlos en la instalación, y participar en su lucha. Y así fue. Estados Unidos le escuchó, y le respetó.
Lamentablemente, Peter Norman murió sin verse honrado en vida como debiera. Tal vez gracias al reconocimiento que Estados Unidos sí le dio, recuperándolo del olvido, pudo al fin tener la oportunidad de que Australia se redimiera. En parte. En 1998 comenzó a trabajar en el departamento de Sport and Recreation en el Estado de Victoria, ocupando roles menores. Escalando después del último feo de su gente en Sydney 2000, colaborando en la organización de eventos como los Commonwealth Youth Games, los World Equestrian Games o los Commonwealth Games de Melbourne en 2006.
Fue precisamente en ese año, 2006 cuando, inesperadamente, un ataque al corazón se lo llevó. Tenía 64 años. Un 6 de de Octubre, apenas unos días antes del aniversario de su hito. Tuvieron que pasar aún largos años para que, en 2012, el Parlamento Australiano aprobara finalmente una moción de disculpa que corrigiese esa injusticia para con uno de sus atletas más icónicos. En 2010 se le incluyó por fin en el Athletics Australia Hall of Fame, y en 2018 se le concedió de manera póstuma la Órden de Mérito del Deporte por parte del Comité Olímpico Australiano.
La vida de Tommie Smith, John Carlos y Peter Norman quedó ligada y unida por siempre después de aquella carrera, la mañana del 16 de octubre en el DF. Y así fue hasta el final. Rivales primero, y después amigos. Compañeros de lucha. Hermanos de piel, pese a su diferente color. Y si aquella imagen deportiva es poderosa, más aún lo es la que vino años después, en el funeral de aquel héroe australiano, activista y valiente. Su última carrera. De nuevo con sus colegas a su lado. Todos juntos. Tommie y John cargaron con el ataúd de Norman a sus hombros. Sonando la mítica melodía de Carros de Fuego de fondo. Tal vez devolviendo el gesto y el honor que les unió para toda la eternidad, como imagen de la igualdad, la solidaridad y el respeto. Acompañándole hasta el final. Mucho más allá de la línea de meta. Más allá de la vida.
John Carlos decía que “en aquellos momentos (antes de recoger la medalla) me esperaba ver miedo en los ojos de Norman, pero en su lugar vimos amor. Peter eligió conscientemente sacrificarse en nombre de los derechos humanos. No hay nadie más como él a quien Australia deba honrar, reconocer y querer más”.
Tommie Smith reconocía que "si gano, soy americano, no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces se dice que soy un negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esa noche. Y el gesto de Norman no fue solo un gesto para ayudarnos. Era su lucha, la de un hombre blanco entre dos hombres de color, de pie en el momento de la victoria. Todos en nombre de la misma cosa".
Y Norman culminaba: "No puedo ver por qué un hombre negro no puede beber agua de la misma fuente, coger el mismo autobús o ir a la misma escuela, que un hombre blanco. En Australia había una injusticia social por la que no podía hacer nada, pero que de verdad odiaba. Y tengo que confesar, que estoy muy orgulloso de formar parte de aquel acto".
Hace ya 52 años de aquel momento, ya inmortal, pero el virus del racismo sigue conviviendo con nosotros en el mundo. Todavía queda mucho por hacer, y por lograr, desgraciadamente. Y no debemos permitir que se pierdan esas historias de referentes que inspiran al mundo, y nos sirven para luchar por hacerlo mejor. Como la del campeón Peter Norman, el olvidado héroe australiano que fue pionero del "Black Lives Matters" hace más de medio siglo, y que todavía sigue vivo como leyenda del deporte y de mucho más.
El hombre más rápido de la historia de Australia, cuyo récord de los 200 metros lisos y cuyo ejemplo de activismo social, todavía persisten y siguen vigentes. Y siempre pervivirán.
BLACK LIVES MATTER!
Fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Peter_Norman
https://www.filmsforaction.org/articles/the-white-man-in-that-photo/
https://www.stuff.co.nz/sport/other-sports/108006009/finally-the-real-story-about-peter-norman-and-the-black-power-salute-at-the-1968-olympics
https://www.worldathletics.org/news/news/peter-norman-statue-unveiled-melbourne
Imagen:
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https://www.history.com/.image/c_limit%2Ccs_srgb%2Cq_auto:good%2Cw_860/MTU3ODc4NTk4MTQzODQ1NzA1/image-placeholder-title.webp
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https://www.ronfanfair.com/home/2018/10/22/black-power-salute-celebrated-50-years-later
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